Muchos
pensadores han creído notar que, en estos tiempos, la amistad es más un
tema de conversación que una actividad concreta.
Por cierto, es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a componer
canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas
mismas personas le presten a uno dinero.
Según parece, el sentimiento amistoso se halla en decadencia. Todos los días
uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse por la escasez de amigos, se
jactan de ella.
-Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos, o ninguno- nos gritan en
la cara. Y no advierte que el sujeto está esperando que lo feliciten por
semejante hazaña.
En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo la comprensión,
la poesía y el juego del codillo, también existían enemigos de la amistad que
preocupaban a los Hombres Sensibles.
Manuel Mandeb, el metafísico de la calle Artigas, coleccionó algunas de sus
obtusas opiniones en un opúsculo titulado maliciosamente Los amigos. Como ya
es costumbre, transcribimos algunos párrafos.
"... La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos
son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven
aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras
en la juventud. Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de
comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con
una patota…”
"...A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra
que los muchachos de la esquina son mucho más divertidos que el tío Jorge. Du-
rante más o menos una década nadie estará más cerca de nuestro corazón que
esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese
periodo. Después será demasiado tarde..."
Según se aprecia, el criterio de Manuel Mandeb es interesante y tal vez
verdadero. Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que está
rodeado de extraños compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y
cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en
círculos parecidos.
Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios
maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad
verdadera. Se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los
amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a sus
amigos. Las vive con ellos. A pesar de estas sabias reflexiones de Mandeb,
existió en Flores una agencia destinada a ofrecer amistad a los solitarios.
Fue la célebre Proveeduría de Amigos de Ocasión. Sus fines de lucro eran
innegables. Todavía hoy se recuerda su 'slogan' publicitario: "Tenga un amigo
desinteresado. Páguelo en cuotas".
Con solo acercarse al mostrador, el cliente ya notaba un clima amistoso y am-
plio. Los empleados sabían como atacar.
-Buenas tarde. No sabes lo que me hizo esta mañana la bruja de mi mujer.
Y a los treinta segundos uno se sentía entre amigos. Después, entre palmadas,
guiños, pellizcones y confidencias, los comerciantes iban mostrando el amplio
catalogo de la proveeduría.
Tenían amigos silenciosos, dispuestos a escuchar cincuenta veces la historia
de una operación. Amigos complacientes, siempre amables y elogiosos. Amigos
efusivos que saludaban con abrazos y se despedían a los gritos. Amigos
divertidos, ruditos en cuentos picantes y expertos en bromas pesadas.
También se prestaba un servicio un tanto oneroso, especialmente para personas
encumbradas. Consistía en el alquiler de una cohorte de adulones que acompaña-
ban al cliente a todas partes, se reían de sus chistes, aplaudían sus ocurren-
cias y suscribían con entusiasmo cualquiera de sus pensamientos. Precediendo a
esta comparsa, solía marchar un corneta, que abría la puerta de los bares y
asomando la cabeza gritaba:
-Ahí viene el doctor Del Prete...!
El trabajo se hacía tan bien, que muchos de los contratantes ya no podían
prescindir de él nunca más. Muchos profesionales del barrio extinguieron su
fortuna pagando este servicio de la agencia.
Un asunto que molestaba a los clientes era el rigor de los Amigos de Ocasión
en sus horarios. Cuando vencía el plazo estipulado, se terminaba la amistad.
Sin saludar, los contratados daban media vuelta y se iban, muchas veces
interrumpiendo una carcajada o librándose bruscamente de un abrazo fraternal.
Sin embargo, hay que admitir que algunos aspectos del funcionamiento de la
proveeduría eran bastante nobles.
Por ejemplo, la Sección Niños permitía que los padres eligieran a los amigos
de sus hijos, sin correr riesgo alguno.
Para ello se contaba con un numeroso plantel de chicos e incluso enanos,
adiestrados en diferentes actitudes.
Según el gusto paterno, podían encontrarse pibes atorrantes para avivar a los
pequeños pelandrunes, niños estudiosos para estimular a los adoquines, y
criaturas educadas y juiciosas para serenar a los más piratas.
Desde luego, no pudo evitarse que muchos chicos se resistieran a la decisión
de los padres. Así se oían con toda frecuencia en Flores frases como esta:
- Camine a jugar con los amiguitos que le alquilo su padre, caramba...!
Asimismo existía un departamento para Damas, con un amplio surtido de
chimentos. Algunos malintencionados decían que las mujeres no contrataban
amigas, sino enemigas, pero ese es otro asunto.
El fracaso mas estruendoso fue el de la sección Amistades Mixtas. Nada cuesta
razonar que los caballeros que solicitaban amigas escondían casi siempre otras
intenciones. No se espante el lector pensando que nos internaremos en un tema
tan manoseado como el de la amistad entre la mujer y el hombre. Vale la pena -
eso sí- recordar lo que dijo Manuel Mandeb a una amiga suya, tal vez alquilada
en la proveeduría.
-Vea. Yo puedo ser su amigo si usted quiere. No tratare de seducirla ni me
pondré romántico ni le hare propuestas indecorosas. Pero sepa que yo necesito
que exista un amor potencial. Me resulta indispensable que exista una posibili-
dad en un millón de que algo surja entre nosotros. Le aclaro que es probable
que si se da esa circunstancia yo salga corriendo. Pero es únicamente en vir-
tud de esa remotísima chance que yo estoy aquí oyendo su conversación como un
imbécil.
Los Hombres Sensibles nunca fueron buenos clientes de la agencia Amigos de
Ocasión. Quizá porque sus presupuestos eran muy humildes. O a lo mejor porque
les gustaba que los quisieran gratis. En cualquier caso, los muchachos del
Ángel Gris tenían un criollo pudor en estas cuestiones. Para ellos andar
declarando públicamente el grado de amistad que sentían por alguien era cosa
de afeminados. Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y
Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se
contentaban con saber que el otro estaba allí.
Ya en su última etapa, la proveeduría empezó a ofrecer viejos amigos.
En un principio la idea consistía en rastrear -a pedido del cliente- el para-
dero de personas ausentes y lejanas. Pero como advirtieron que la tarea era de-
masiado complicada, resolvieron que era mas fácil inventar antiguas amistades
que rescatarlas del pasado.
Se preparo entonces un magnifico grupo de viejos mentirosos que ante la
entrada de algún candidato de cierta edad, fingían reconocerlo y le soltaban
cuatro o cinco recuerdos para ir tomando confianza.
Esta sección trabajaba mucho en las cenas anuales que suelen realizar los ex-
alumnos de los colegios. Su misión consistía en ir reemplazando a los
fallecidos y mantener siempre firme la concurrencia.
Así, en cierta reunión de egresados del Colegio Nacional Nicolás Avellaneda,
promoción 1921, se dio el curioso caso de que ninguno de los asistentes había
pisado jamás ese establecimiento, lo que no les impidió evocar a profesores,
reírse de pasadas travesuras y brindar por encuentros futuros.
Con el tiempo, la actividad de la agencia fue amenguando. Contribuyo a este
hecho cierta mala prensa que siempre tiene la amistad entre los espíritus
escépticos. En Flores, y en todos los barrios, se contaban leyendas sobre las
traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad. Todavía en
nuestro tiempo hay personas que se complacen en declarar que los perros son
mas leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre esto una pequeña reflexión.
Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto no es en realidad
una virtud del animal. Ocurre simplemente, que la módica organización mental
del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa. Es
decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razón que no se les
permite escribir novelas.
Hoy cuando ya no existe la Agencia Amigos de Ocasión, vale la pena preguntar-
se si no será necesario inventar algo para reemplazarla.
Sera difícil, desde luego. Nadie podrá rescatar a los amigos perdidos. Poco
podrá hacerse para librarnos de los desconocidos que llenan nuestro tiempo.
En todo caso, cada uno de nosotros deberá cuidar lo poco que tenga. Sin com-
poner canciones ni escribir poemas. Se trata únicamente de sentarse un rato en
la vereda o de matear en silencio con los que están más cerca de nuestro espi-
ritu.
Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez existen en el mundo
amigos viejos a los que todavía no conocemos.
Yo mismo, las otras noches resolví salir de mi encierro y lleno de ilusiones
me encamine a cierta esquina que conozco. Tenía ganas de fumar en silencio jun-
to a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese lugar.
Pensaba además cosechar algún guiño amistoso después de estos años en que
estuve tan ocupado.
Pero algo raro debe haber sucedido, porque no había nadie.
Del libro "Crónicas del Ángel Gris"-Alejandro Dolina.
tema de conversación que una actividad concreta.
Por cierto, es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a componer
canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas
mismas personas le presten a uno dinero.
Según parece, el sentimiento amistoso se halla en decadencia. Todos los días
uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse por la escasez de amigos, se
jactan de ella.
-Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos, o ninguno- nos gritan en
la cara. Y no advierte que el sujeto está esperando que lo feliciten por
semejante hazaña.
En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo la comprensión,
la poesía y el juego del codillo, también existían enemigos de la amistad que
preocupaban a los Hombres Sensibles.
Manuel Mandeb, el metafísico de la calle Artigas, coleccionó algunas de sus
obtusas opiniones en un opúsculo titulado maliciosamente Los amigos. Como ya
es costumbre, transcribimos algunos párrafos.
"... La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos
son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven
aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras
en la juventud. Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de
comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con
una patota…”
"...A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra
que los muchachos de la esquina son mucho más divertidos que el tío Jorge. Du-
rante más o menos una década nadie estará más cerca de nuestro corazón que
esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese
periodo. Después será demasiado tarde..."
Según se aprecia, el criterio de Manuel Mandeb es interesante y tal vez
verdadero. Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que está
rodeado de extraños compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y
cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en
círculos parecidos.
Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios
maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad
verdadera. Se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los
amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a sus
amigos. Las vive con ellos. A pesar de estas sabias reflexiones de Mandeb,
existió en Flores una agencia destinada a ofrecer amistad a los solitarios.
Fue la célebre Proveeduría de Amigos de Ocasión. Sus fines de lucro eran
innegables. Todavía hoy se recuerda su 'slogan' publicitario: "Tenga un amigo
desinteresado. Páguelo en cuotas".
Con solo acercarse al mostrador, el cliente ya notaba un clima amistoso y am-
plio. Los empleados sabían como atacar.
-Buenas tarde. No sabes lo que me hizo esta mañana la bruja de mi mujer.
Y a los treinta segundos uno se sentía entre amigos. Después, entre palmadas,
guiños, pellizcones y confidencias, los comerciantes iban mostrando el amplio
catalogo de la proveeduría.
Tenían amigos silenciosos, dispuestos a escuchar cincuenta veces la historia
de una operación. Amigos complacientes, siempre amables y elogiosos. Amigos
efusivos que saludaban con abrazos y se despedían a los gritos. Amigos
divertidos, ruditos en cuentos picantes y expertos en bromas pesadas.
También se prestaba un servicio un tanto oneroso, especialmente para personas
encumbradas. Consistía en el alquiler de una cohorte de adulones que acompaña-
ban al cliente a todas partes, se reían de sus chistes, aplaudían sus ocurren-
cias y suscribían con entusiasmo cualquiera de sus pensamientos. Precediendo a
esta comparsa, solía marchar un corneta, que abría la puerta de los bares y
asomando la cabeza gritaba:
-Ahí viene el doctor Del Prete...!
El trabajo se hacía tan bien, que muchos de los contratantes ya no podían
prescindir de él nunca más. Muchos profesionales del barrio extinguieron su
fortuna pagando este servicio de la agencia.
Un asunto que molestaba a los clientes era el rigor de los Amigos de Ocasión
en sus horarios. Cuando vencía el plazo estipulado, se terminaba la amistad.
Sin saludar, los contratados daban media vuelta y se iban, muchas veces
interrumpiendo una carcajada o librándose bruscamente de un abrazo fraternal.
Sin embargo, hay que admitir que algunos aspectos del funcionamiento de la
proveeduría eran bastante nobles.
Por ejemplo, la Sección Niños permitía que los padres eligieran a los amigos
de sus hijos, sin correr riesgo alguno.
Para ello se contaba con un numeroso plantel de chicos e incluso enanos,
adiestrados en diferentes actitudes.
Según el gusto paterno, podían encontrarse pibes atorrantes para avivar a los
pequeños pelandrunes, niños estudiosos para estimular a los adoquines, y
criaturas educadas y juiciosas para serenar a los más piratas.
Desde luego, no pudo evitarse que muchos chicos se resistieran a la decisión
de los padres. Así se oían con toda frecuencia en Flores frases como esta:
- Camine a jugar con los amiguitos que le alquilo su padre, caramba...!
Asimismo existía un departamento para Damas, con un amplio surtido de
chimentos. Algunos malintencionados decían que las mujeres no contrataban
amigas, sino enemigas, pero ese es otro asunto.
El fracaso mas estruendoso fue el de la sección Amistades Mixtas. Nada cuesta
razonar que los caballeros que solicitaban amigas escondían casi siempre otras
intenciones. No se espante el lector pensando que nos internaremos en un tema
tan manoseado como el de la amistad entre la mujer y el hombre. Vale la pena -
eso sí- recordar lo que dijo Manuel Mandeb a una amiga suya, tal vez alquilada
en la proveeduría.
-Vea. Yo puedo ser su amigo si usted quiere. No tratare de seducirla ni me
pondré romántico ni le hare propuestas indecorosas. Pero sepa que yo necesito
que exista un amor potencial. Me resulta indispensable que exista una posibili-
dad en un millón de que algo surja entre nosotros. Le aclaro que es probable
que si se da esa circunstancia yo salga corriendo. Pero es únicamente en vir-
tud de esa remotísima chance que yo estoy aquí oyendo su conversación como un
imbécil.
Los Hombres Sensibles nunca fueron buenos clientes de la agencia Amigos de
Ocasión. Quizá porque sus presupuestos eran muy humildes. O a lo mejor porque
les gustaba que los quisieran gratis. En cualquier caso, los muchachos del
Ángel Gris tenían un criollo pudor en estas cuestiones. Para ellos andar
declarando públicamente el grado de amistad que sentían por alguien era cosa
de afeminados. Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y
Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se
contentaban con saber que el otro estaba allí.
Ya en su última etapa, la proveeduría empezó a ofrecer viejos amigos.
En un principio la idea consistía en rastrear -a pedido del cliente- el para-
dero de personas ausentes y lejanas. Pero como advirtieron que la tarea era de-
masiado complicada, resolvieron que era mas fácil inventar antiguas amistades
que rescatarlas del pasado.
Se preparo entonces un magnifico grupo de viejos mentirosos que ante la
entrada de algún candidato de cierta edad, fingían reconocerlo y le soltaban
cuatro o cinco recuerdos para ir tomando confianza.
Esta sección trabajaba mucho en las cenas anuales que suelen realizar los ex-
alumnos de los colegios. Su misión consistía en ir reemplazando a los
fallecidos y mantener siempre firme la concurrencia.
Así, en cierta reunión de egresados del Colegio Nacional Nicolás Avellaneda,
promoción 1921, se dio el curioso caso de que ninguno de los asistentes había
pisado jamás ese establecimiento, lo que no les impidió evocar a profesores,
reírse de pasadas travesuras y brindar por encuentros futuros.
Con el tiempo, la actividad de la agencia fue amenguando. Contribuyo a este
hecho cierta mala prensa que siempre tiene la amistad entre los espíritus
escépticos. En Flores, y en todos los barrios, se contaban leyendas sobre las
traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad. Todavía en
nuestro tiempo hay personas que se complacen en declarar que los perros son
mas leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre esto una pequeña reflexión.
Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto no es en realidad
una virtud del animal. Ocurre simplemente, que la módica organización mental
del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa. Es
decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razón que no se les
permite escribir novelas.
Hoy cuando ya no existe la Agencia Amigos de Ocasión, vale la pena preguntar-
se si no será necesario inventar algo para reemplazarla.
Sera difícil, desde luego. Nadie podrá rescatar a los amigos perdidos. Poco
podrá hacerse para librarnos de los desconocidos que llenan nuestro tiempo.
En todo caso, cada uno de nosotros deberá cuidar lo poco que tenga. Sin com-
poner canciones ni escribir poemas. Se trata únicamente de sentarse un rato en
la vereda o de matear en silencio con los que están más cerca de nuestro espi-
ritu.
Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez existen en el mundo
amigos viejos a los que todavía no conocemos.
Yo mismo, las otras noches resolví salir de mi encierro y lleno de ilusiones
me encamine a cierta esquina que conozco. Tenía ganas de fumar en silencio jun-
to a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese lugar.
Pensaba además cosechar algún guiño amistoso después de estos años en que
estuve tan ocupado.
Pero algo raro debe haber sucedido, porque no había nadie.
Del libro "Crónicas del Ángel Gris"-Alejandro Dolina.